Se llamaba…
(Un salto).
(Un salto).
Et, Comment est-ce qu’elle s’apelle?
Elle?, Elle s’apelle… La éternité.
Se llamaba Sol, se llamaba Blanca, se llamaba Luz, se llamaba Clara…
Elle?, Elle s’apelle… La éternité.
Se llamaba Sol, se llamaba Blanca, se llamaba Luz, se llamaba Clara…
bueno, no recuerdo cual era su nombre, solo recuerdo que le quedaba bien: piel pálida y los ojos azules; fríos; ojos que disimulaban perfectamente su dulce carácter. (Un salto.)
Me acuerdo de ese hermoso halo terrorífico que la envolvía, que la hacía parecer un cadáver andante, una alucinante y preciosa espectro.
Sucedió al calor de una larga noche de Marzo. A ella la descubrí bajo el brillo de la Luna.
Esa tarde yo miraba el televisor, cambiando de canales constantemente, sin decidir que mirar, cuando una imagen me atrapó, era un hombre calvo de aspecto francés, DJ de nombre famoso, informando sobre su presentación, un evento gratuito de música trance,
-que ésta noche, en el centro de la ciudad: sobredosis gratis de música electrónica-. (Los cabellos flotan en el aire)
Dudé mi asistencia, acababa de volver de viaje, apenas era mi segundo día en casa, además, la transmisión de una excelente película alternativa (que yo ansiaba ver desde hacía meses) coincidía con la cita-electrónica.
Al final, un impulso indescriptible, de esos que te hacen pensar todo lo que podrías estar viviendo en ese instante, invadió mi ser…
Me dirigí al lugar indicado, a la (si había, era sin duda la de mi llegada) hora adecuada, y lo era no por que yo así lo quisiera, si no porque ya las estrellas se aferraban al cielo.
A pocas cuadras del lugar se notaban las filas de personas, extendiéndose infinitamente hacia la música. Así arribé, abriéndome paso entre calles llenas de gente, de hombres, de mujeres, de punketos, de neo jipis, de prostitutas… y ahí, en medio de todo, como si estuviera escoltada por miles de almas, estaba ella. (las piernas se estiran)
La avenida principal de la ciudad era bloqueada, las calles aledañas en la misma condición, el lugar desbordante de personas; y al centro: sobre un improvisado escenario de tablas, las consolas sonaban y un DJ comenzaba mezclar, predicando texturas multiorgásmicas al oído, la gente bailaba, volaba, disfrutaba; y yo, solo avanzaba hacia ese ser que provocaba mi fascinación.
La miré de cerca: piel de mármol, ojos de hielo, cabellos de trigo, belleza espectral, entonces, como si ya lo hubiera escuchado, como si hubiera vivido siempre sabiéndolo, exclamé su nombre: Sol-Blanca-Luz-Clara; no importaba realmente cual fuera.
Con solo mirarla supe que era dulce, que siempre sonreía por dentro. (la felicidad inunda pulmones)
Ella estaba con su novio: cabello de tierra, ojos cálidos, piel ocrácea, comentarios estúpidos; no me interesó. Me encontraba a pocos metros de ellos, sostuve la mirada sobre las hipnotizantes pupilas azules de Sol, sin parpadear, sin pensar.
El peso de mi vista fue advertido por ella, quien dirigió su atención a mis ojos. (los brazos se vuelven ligeros)
Todas esas psicodélicas mezclas de ritmos aumentaban mis emociones, elevaban mi conciencia, retumbaban mi pecho, invadían mis oídos, aumentaban mi atención en ella. Con la mirada le mandé un mensaje –baila conmigo-, ella entrecerró un poco sus párpados, como preguntándome entre insegura y sarcástica: -¿me hablas a mí?-; repetí el ademán, el tipo con el que Sol iba se percató de la mirada que ésta expresaba, me lanzó una estocada visual, observándome un momento, después vio al hombre de mi derecha, iba vestido de negro y se convulsionaba al ritmo de la música (mientras las drogas hacían efecto en su cuerpo), volvió a mirarme, lo hizo prestando más atención de la debida, y finalmente se detuvo a mi izquierda, en una joven con vestido de manta, cabello enmarañado, morral al hombro, belleza escondida y su éxtasis en el aire; la fulminó con la mirada.
Sol accedió a mi propuesta, susurró algo al oído de su acompañante, dejándolo pensativo, y se alejó antes que éste se pudiera arrepentir. (se vuelven plumas)
Se dirigió a donde había más gente, me buscó de nuevo con la mirada, llamándome con su congelante vista, yo miré de nuevo al novio, mientras me decidía, él parecía confundido, parecía meditar, no lo pensé más y me acerqué a ella, me abrí paso entre greñudos, entre peinados punks, entre rastas y estilos sobrecargados de ilusión; me abrí paso hasta su rostro, solo dije –hola-, ella repitió mi saludo, su voz me atrapó, era encantadora, escupía dulzura, rimaba arrítmicamente con el punzante ruido electrónico que nos envolvía, yo sonreí, no me imitó. (la gravedad es derrotada)
No me sentía con ganas de bailar, la música no nos permitía hablar mucho, haberla invitado solo era una excusa, una excusa para alejarla del patán que la acompañaba, para conocerla y para probar sus labios.
No quería hacer el ridículo; no lo pude evitar, en cuanto estuvimos juntos comencé a exagerar mis movimientos (al ritmo de la música), ella solo reía internamente, viéndome improvisar los pasos, sin embargo seguía seria, ocultándome su verdadero ser; al final, mis mal coordinados bailes lograron robarle una sonrisa, que quizá duró unos segundos, pero que se quedó grabada en mí memoria. (desterrada)
El acompañante de Sol desesperó, buscó a su alrededor, miró a lo lejos el cabello ondulante de ella y se acercó empujando, interponiéndose en el camino de todo el que tuviera enfrente.
Bailamos unos minutos, Sol volteó y miró al tipo que iba con ella, estaba a unos pasos suyos, fue hacia él, mis ojos la siguieron cuando lo abrazó, besó su cara, le dijo algo en voz baja y se alejaron juntos, él no me vio. (los pies flotan)
Me sentí tonto, miré a mí alrededor, estaba rodeado de parejas, alcé la vista, hacia el escenario, al hombre que sintonizaba su consola para seguir bombardeando de música a los presentes, era calvo, con audífonos del tamaño de su cabeza, ojeras, aspecto francés, camisa negra y aparatos caros, era el hombre del televisor.
Regresé mis ojos a Sol, miré su espalda huyendo de mí, la seguí. (el cuerpo se arquea)
Ella se alejó con el tipo a su lado, dirigiéndose lejos de la multitud, lejos de los sonidos distorsionados; caminamos tres cuadras, ellos delante, yo quince pasos atrás, siempre manteniendo la distancia; evitaba ser visible, no quería que él notara mi presencia, aunque ella sabía que iba tras ellos; así pasamos junto a una pequeña tienda de libros usados, a un banco extranjero, a una moderna casa azul de dos pisos, a una larga sucursal de autoservicio, a una mugrosa casa abandonada, y ahí, ahí fue donde la vi extender su mano color nube, acercarse a una polvosa ventana rota, acariciar los restos del cristal, cortarse, sangrar… (se impulsa, y luego se libera) volteó hacia mí, imaginé que me sonreía, su novio no se dio cuenta de nada; entonces avanzaron, ella extendió su mano a la pared, dejando un rastro de sangre, su acompañante le platicaba sobre las consecuencias de la última fiesta; ella seguía pintando un delgado camino de sangre en la pared, forjando el hilo que me perdería en un Minotauresco laberinto, que me llevaría a su juego, a sus brazos.
El novio se percató de que sangraba, se detuvieron, él extendió su brazo para tocar la mano de Sol, quien se dejó llevar, miró la herida, la acarició suavemente, luego intentó besarla, ella le arrebató la mano, evitando que esos labios profanaran su preciosa sangre.
Yo seguía tras ellos, avanzaron de prisa, Sol pegó de nuevo su mano a la pared, continuó creando la eterna línea roja. Acerqué mi lengua a la pared y comencé a lamer el camino que me dejaba, la sangre me supo dulce, más dulce que alguna otra que hubiera probado. (el aire resiste)
Los perdí de vista; tras de mí, a lo lejos, retumbaban los sonidos electrónicos. Seguí el rastro, besándolo, evitando que se desperdiciara, borrándolo a cualquier indigno. El rojo cordel me hizo avanzar dos cuadras, hasta esa tienda de ropa, donde una asqueada empleada se disponía a limpiar la sangrienta raya que dividía en dos el aparador, acababa de rociar jabón y un pañuelo iba a cortar el listón que me guiaba, buscando perderme para siempre en el infinito, corrí a empujarla para poder disfrutar el recuerdo de Sol, la empleada gritó y entró rápidamente a la boutique, el jabón me supo amargo. (los ojos tocan nubes)
A la vuelta de la tienda terminaba el rastro, junto a un farol de alumbrado público, en una puerta de madera vieja: la casa a la que pertenecía era antigua, con ventanas altas, dos pisos, pared descascarada (la luz me permitió descubrir sus diversas eras coloríficas) y techo de tejas. (una sonrisa acentúa la mañana)
Esperé enfrente, para descubrir si había realmente encontrado la casa de Sol; la observé por una hora, escuchando las vibras que venían del centro de la ciudad, imaginándome cómo sería la vida de ella, si llevaba toda su existencia penando el lugar, si acababa de llegar, o peor, si ni siquiera vivía ahí. Cuando la puerta se abrió salió el novio, lo observé, estaba despeinado, su labio sangraba, vestía una arrugada camisa beige y buscaba algo en sus bolsillos; de pronto, se detuvo viendo en mi dirección, desvié la mirada, sacó un cigarro, se lo llevó a la boca, manchó el filtro de sangre, extrajo un encendedor de su bolsillo, lo hizo funcionar, acercó el tabaco, lo prendió, aspiró, sus ojos me recorrieron de la cabeza a la cadera, dobló hacia la tienda de ropa y desapareció. (la cara sube)
Miré de nuevo la casa, una cortina se movió rápidamente: Sol me había visto. Toqué la puerta, nadie abrió, volví a tocar… calma absoluta, los mosquitos que revoloteaban en el farol comenzaban a venir sobre mí, me aterroricé y huí (lo peor de todo es que te roben sangre) corrí de regreso por los recuerdos de línea que me habían guiado a ella, corrí hasta regresar al rave, al lugar donde mis ojos habían descubierto a Sol, para que su imagen, junto con la música, me guiaran por vías indescriptibles. (los brazos se agitan)
Después de un rato pude observar al novio de Sol, se besaba intensamente con la joven de vestido de manta, cabello enmarañado, morral al hombro, belleza escondida y éxtasis en sus labios; la recordé, había estado junto a mí cuando él me observó por primera vez.
Entonces pensé que Sol no merecía estar con él. –Pero ya el tiempo lo dirá- exclamé, mis palabras se perdieron entre la música. (se gana altura)
Ese fue el primer encuentro. (se vuela…)
[Un salto.
Los cabellos flotan en el aire, las piernas se estiran, la felicidad inunda pulmones, los brazos se vuelven ligeros, se vuelven plumas, la gravedad es derrotada, desterrada, los pies flotan, el cuerpo se arquea, se impulsa, y luego se libera, el aire resiste, los ojos tocan nubes, una sonrisa acentúa la mañana, la cara sube, los brazos se agitan, se gana altura, se vuela…]
Se llamaba Blanca, se llamaba Luz, se llamaba Clara…
Sucedió durante una fiesta, una inesperada noche de Junio. (… Se mira el horizonte, ansioso de recibirnos)
Esa tarde sonó el teléfono, yo dormía, acurrucado sobre uno de los amarillentos sillones de la sala, el sonido me despertó, desplazando el sueño de mis oídos, con trabajo estiré mi brazo hasta la mesita de centro, donde descansaba el molesto aparato, que no cesaba de emitir chirridos, contesté con dificultad, acercando lentamente el auricular a mi cara: no era nadie, habían colgado, me molesté. El cuadrado reloj, que colgaba de la pared frente a mí, anunció que pronto anochecería, entonces recordé, había sido invitado a una fiesta, en una casa a tres cuadras de la mía, me levanté dirigiéndome a mi cuarto, tomé una toalla gris que se extendía sobre la cama y fui al baño, pasé frente al enorme espejo, no me reflejó; abrí las llaves de agua, colgué la toalla, me desvestí rápidamente y entré a la regadera. (el viento pesa)
La luna se extendía sobre esa noche, yo caminaba por la calle, gotas de agua resbalaban de mi cabello, iba vestido de negro, a mi paso, el calor comenzaba a ceder, devorado por la neblina que poco a poco se multiplicaba entre avenidas y callejones.
Me acerqué a la fiesta, había poca gente fuera de la casa y demasiada dentro, no reconocí a nadie de los que charlaban sin entrar, bebiendo ansiedades en botellas individuales de cerveza. Hasta mis oídos llegaron rápidos ritmos de guitarra, acompañados por un incesante repicar de tambores, y los gritos Punks-Emo del grupo que animaba la fiesta.
La puerta de entrada estaba abierta, entré empujando los cuerpos que se cerraban, formando paredes de protección para el grupo, que expresaba exceso de angustia, desde el centro de la sala. (el impulso se agota)
El lugar estaba repleto de marcas caras de ropa, de neo punks, estilos darks, algunos hippies perdidos, y bastante gente “Emo” con peinados que les tapaban media cara, bebidas muy cargadas y tristes atuendos, irradiando frustración.
Recorrí la casa, buscando reconocer caras entre toda esa jungla de sentimientos, pero solo encontré al dueño del lugar, un ex compañero mío de tendencias Emo, estaba en la cocina de azulejos blancos, donde una inesperada fila de personas esperaba llenar sus vasos en un barril de cerveza, mientras se contagiaban del deprimente ambiente que emitían los micrófonos. (nos detenemos en la nada)
Me dirigí a saludar al dueño de la casa, estaba de espaldas, con una camisa de horizontales rallas rojas y negras (que me recordó al personaje de alguna antigua película de horror), él platicaba con alguien mas, no alcancé a ver quien era, en el camino me ofrecieron una bebida preparada, la acepté, era púrpura, demasiado dulce de alcohol. Llegué junto a él, con el vaso en la mano y me llevé una sorpresa, hablaba con Blanca-Luz-Clara. Quedé mudo frente a ellos, parecía un sueño, mi sueño. Ella iba de oscuro, resaltando su blanco rostro, con el rubio cabello ondulado que le cubría poco más allá de los hombros y azules ojos aumentando su belleza. Después de que la conocí, no la había vuelto a ver, a pesar de que caminé incontables noches frente a su casa, siempre buscando sus ojos en una ventana o esperando toparme con ella, pero nada, esa vivienda parecía abandonada hacía siglos. Ahora por fin tenía a Blanca frente a mí, después de varios meses. Estaba tan sorprendido que olvidé dar la mano a mi ex compañero (ni tampoco noté que tenía algunos mechones color rosa y mucho menos que una argolla adornaba su labio inferior), él me la estrechó, levantándomela desde mi costado, luego nos presentó, primero dirigiéndose a ella: -Blanca, él es (dijo mi nombre)-, después a mí: -(yo), ella es Blanca-. Sus fríos ojos me congelaron en ternura, -Hola- me dijo con dulce voz (de nuevo), -Hola- contesté yo, deseando que me recordara, que recordara esa cálida noche de marzo en que probé su sangre… (en el vacío.)
Desde la sala nos llegó un agudo grito, que marcaba el final de una canción, dejando en el alma un profundo vacío, después vinieron los alaridos del público, que exigían nuevas dosis de agresiva depresión, la fila para la cerveza había disminuido. (El tiempo parece no existir)
Miré de frente los hipnotizantes ojos de Blanca, eran más bellos de lo que recordaba, estaban bañados en melancolía, sin embargo seguían pareciendo imperturbables, secos.
¿Me recuerdas?, quise preguntarle, pero decidí no hacerlo, parecía indiferente a mí; los tres platicamos casi una hora sobre tonterías, él sacaba los temas intentando que Blanca participara en la charla, para poder escuchar su dulce voz, ella se limitaba a emitir comentarios tan cortos como acertados, se sobre notaba el interés del dueño de la casa en Blanca; constantemente, la plática se detenía para escuchar la canción que estaba sonando, con coros cuyas letras, nostálgicamente belicosas, parecían excitar los sentidos del Emo-anfitrión. Alguien llamó a mi amigo, él se alejó, dejándonos rodeados de borrachos. Blanca sostenía un vaso con el mismo líquido púrpura que yo, y se entretenía bebiéndolo mientras miraba como el dueño de la casa tardaba más de lo imaginado, me sentí excluido; una oleada de ácidos acordes hizo vibrar a los presentes, la cocina se vació enseguida, todos corrieron a escuchar una canción que parecía ser el éxito del grupo. Ella suspiró, entonces dirigió sus pupilas a mí, me puse nervioso, no tenía nada que decirle, por fin solté lo primero que pensé: -¿conoces esa canción?-, era la primera vez que yo la escuchaba. (todo se encuentra estático)
Blanca asintió, después tomó un trago, y dijo, -Era una de las favoritas de mi ex novio-, cortó rápidamente las palabras, -¿lo recuerdas?- me preguntó, quedé helado, se acordaba de mí, -Sí- contesté, enseguida pregunté por él, -Descubrí que me engañaba cada vez que podía- dijo ella suspirando, miré hacia fuera de la cocina, los invitados saltaban empujándose, rápidos sonidos tristes invadían la cocina; instintivamente estiré mi mano libre, acaricié su cara, me miró seria, no esperaba eso, sus ojos me veían como evitando cualquier acercamiento, me arrepentí de haberle hecho la caricia, no quería ser rechazado, bebí un sorbo para darme valor, al final, ella sonrió, no lo soporté mas, debía decírselo, -Siempre supe tu secreto- exclamé un poco mas seguro, -¿Cuál?- preguntó ella entrecerrando los ojos, retándome a decirlo; la canción terminó y algunos regresaron a donde me encontraba con Blanca, incluyendo a mi Emo-Amigo, ella se acercó a mí, me abrazó y plantó un beso en mis labios, yo la correspondí, sus labios eran más deliciosos de lo que me imaginaba, cuando él llegó parecía molesto, traía un vaso con cerveza en la mano y casi lo azota contra una mesa al encontrarme besando a Blanca, después se acercó, -veo que se conocen bien- dijo dirigiéndose a mí, su voz estaba cargada de enojo, -ya nos conocíamos- informé, ella seguía abrazada a mí, -sálvame de él- susurró a mi oído, -lo hubieras dicho, así me habrías ahorrado las presentaciones- dijo el dueño de la casa a punto de estallar, -tranquilo- dije mostrándole los dientes, retrocedió asustado, -vámonos- me dijo ella, obedecí, salimos de la cocina, frente a la atónita mirada de mi (ahora) ex amigo-Emo. (congelado en el aire ) El grupo había dejado de tocar, los integrantes descansaban, rodeados de admiradores, una grabación de rock ligero era vomitado por el estéreo de la casa, otros más bebían, algunas parejas compartían besos; al advertir esto, quise besar a Blanca, evitó mi boca. Salimos de la fiesta abrazados, afuera, la neblina inundaba la ciudad, -¿Dónde vamos?- pregunté, -A mi casa- contestó, caminamos algunos pasos entre la niebla, luego se separó de mí, entonces me di cuenta: había sido usado por Blanca para huir de aquel lugar, perdiendo además, la amistad del anfitrión. Se adelantó un poco, yo le seguí; caminamos dos cuadras, siempre manteniendo la distancia, que parecía alargarse más a cada instante, decidí no acompañarla a su casa, ella seguía fría, indiferente a mí, perdiéndose entre la niebla. Me molesté, pensé en regresar a la fiesta solo; de repente se detuvo, llegué a donde se encontraba, estaba frente a un café, la amarilla luz que salía de éste se reflejaba en la bruma, resaltando la belleza de Blanca; miré al establecimiento, aunque estaba abierto, ningún letrero decía su nombre ni su condición de cafetería. Dentro, se veían unas cuantas mesas ocupadas, al fondo del lugar, había un escenario donde se encontraban en descanso: una batería, un par de guitarras, bajo eléctrico y saxofón, era el receso de los músicos. (los ojos no detectan movimiento)
-¿Entramos?- pregunté un poco fastidiado, ella me miró, había lágrimas en sus ojos, me sorprendí, -no- respondió sollozando, yo no entendía nada, -¿Qué pasa?- la cuestioné, -En este café conocí a mi ex novio, él trabajaba de mesero, yo venía seguido a escuchar Jazz-, mi teoría era cierta, en verdad conocía su secreto, ella no era tan fría como aparentaba, me parecía ridícula su gélida actitud, pero quería consolarla, me acerqué no sabiendo como reaccionaría, ella se lanzó a mis brazos, me abrazó fuertemente y lloró en ellos, -vamos a mi casa- dijo sollozando, caminamos juntos varias cuadras, abriéndonos paso entre la neblina, parecía que casi no había actividad en la ciudad: muchos locales cerrados, poca gente en la calle y un pequeño número de autos circulando la zona.
Llegamos a un farol de alumbrado público, junto estaba una puerta de madera vieja, la casa a la que pertenecía era antigua, con rejas en sus altas ventanas, dos pisos, pared descascarada y techo de tejas; era casa de Blanca. (la gravedad comienza prepararse para tragarnos)
Ella me invitó a pasar, metió una llave enorme en la cerradura y abrió, entramos, un sucio pasillo de rotas baldosas, entre las que crecía algo de hierva, nos recibió; ella cerró la puerta, provocando un gran eco, luego me guió hacia el fondo, hasta una horrible sala de polvosos muebles antiguos, cuyas paredes parecían ceder al tiempo; nos sentamos, mi ropa se llenó de polvo, parecía que esos sillones llevaban años sin uso; no me imaginé que la casa estuviera tan descuidada; una gran escalera se alzaba junto a los asientos. Ella lucía más tranquila, se había acomodado frente a mí, la miré, me miró, entonces exclamé: -sé tu secreto-, -¿Cuál?- emitió ella, parecía vencida, -Aparentas ser fría, y aunque tu pálida piel ayuda, en realidad eres cálida, tu sola voz te delata, escupes dulzura- confesé, Blanca me miró, sus preciosos ojos no parecían ya congelantes, eran ahora como dos pozas de aguas termales, ordenándome sumergirme en ella, -¿Cómo lo descubriste?- preguntó, -Siempre lo supe- contesté.
Nos besamos durante mucho tiempo, al final logré morder su cuello, dejando las marcas de mis dientes, ingresándola a mi mundo.
Una hora después, salí de la casa despeinado, mis labios sangraban, mi camisa negra estaba polvosa y arrugada, metí mi mano a la bolsa, encontré una cajetilla que ella debía haber dejado ahí sin que me diera cuenta, tomé un cigarro y lo encendí, manché el filtro de sangre, aspiré y exhalé, el humo de la nicotina se perdió entre la niebla, que estaba demasiado espesa, me dirigí a mi casa, pronto amanecería y debía llegar antes que el sol.
Nos habíamos quedado de ver la noche siguiente en el café sin nombre, el café de sus recuerdos. (para regresar las cosas a su perpetuo estado de movimiento…)
Ese fue el segundo encuentro.
[… Se mira el horizonte, ansioso de recibirnos, el viento pesa, el impulso se agota, nos detenemos en la nada, en el vacío.
El tiempo parece no existir, todo se encuentra estático, congelado en el aire, los ojos no detectan movimiento, la gravedad comienza prepararse para tragarnos, para regresar las cosas a su perpetuo estado de movimiento…]
Se llamaba Luz, se llama Clara…
Sucedió la lluviosa noche siguiente a la fiesta “de la inesperada noche de Junio”. (Los brazos se cansan)
Miré ansioso el reloj cuadrado, faltaba una hora para anochecer, la sala estaba en penumbras; yo estaba sentado sobre los sillones amarillentos, una mala película me ayudaba a sobrellevar el tiempo que me separaba de Luz. Afuera llovía, todo el día había estado igual.
Temí que Luz se hubiera arrepentido, que no fuera a nuestra cita, o peor, que sólo hubiera jugado conmigo, no podría soportar otra temporada sin ella; sin embargo algo me consolaba, ya tenía mi marca en su cuello y en su alma, ahora era como yo: Vulnerable a los deseos de la noche. (las piernas se encogen)
Noche, lluvia, calle, humo de cigarro, un tabaco en mi mano, zapatos húmedos, chamarra igual, gotas oscuras en el pelo, ansiedad en mi mente, desesperación en el cuerpo. Tenía cerca de dos horas que se había puesto el sol, el café sin nombre aún no abría, -y quien sabe si abrirá- pensé, al menos debía seguir esperando a Luz, estaba seguro que llegaría, tenía que llegar; hacía algo de frío, la nicotina engañaba con su falso calor, los calcetines me helaban los dedos, la nariz se me empezaba a cerrar… la noche avanzaba, solo perturbada por el monótono caer de la lluvia, mezclándose en mi preocupación.
Pasó otra hora sin rastros de Luz, el aguacero aumentó; llevaba casi fumada la cajetilla (algo irónico, pues apenas había comenzado a fumar la noche anterior) que ella me había dado, entonces me di cuenta que no vendría, la frustración me invadió, no podía perderla de nuevo, no podía esperarla una semana mas, no podía esperarla un mes, no podía esperarla la eternidad… Es mas, quizá no importara lo que esperara, quizá no la volvería a ver.
No lo soporté más y corrí contra la lluvia, hacia casa de Luz, avanzando varias cuadras, saltando charcos, con esa ansia que crecía cada mes más en mí y con un solo objetivo en mi cabeza: encontrarla. (los pies se vuelven piedra)
Las nubes lloraban, empapando la ciudad, contagiándola de su depresiva presencia.
Por fin, llegué junto al farol de alumbrado público, que parecía siempre estar encendido, a una puerta de madera llena de polilla, la casa a la que pertenecía era antigua, con ventanas altas, dos pisos, pared descascarada y techo de tejas. Llegué y toqué, nadie abrió, volví a tocar, ahora más fuerte, la casa parecía vacía. (descendemos)
La lluvia se había convertido en una tormenta, azotándose sobre mí, el farol alumbraba las incontables gotas heladas, me desesperé, fui a buscar alguien que me pudiera informar. Frente al lugar había una cortina metálica cerrada, junto, una casa, de un color que ni la noche ni la tromba me dejaban ver, tenía un solo piso, y una pequeña ventana con rejas parecía el único adorno, golpeé la puerta, pasó un minuto, mi cuerpo recibía directamente la fría lluvia, volví a tocar, -¿Quién?- preguntó una voz tras la puerta, el agua seguía cayendo fuertemente, -quisiera saber algo- exclamé, luchando porque mi voz (que se empezaba a enronquecer) venciera el ruido de la lluvia, -¿Quién es?, asómate a la ventana- insistió la voz, hice lo que me decía, un hombre como de cuarenta años me miraba asombrado, luego desapareció de la ventana, la puerta se abrió, la tormenta invadió el hogar, -pasa- ordenó la voz, entré, luego cerré la puerta, desterrando la tempestad. (los cabellos se aferran a la altura) El hombre era calvo y delgado, me observaba extrañado, yo estaba empapado, -espera aquí- dijo, esperé, regresó con una toalla blanca, me la extendió, casi se la arrebaté y me empecé a secar, -¿Qué sucede?- cuestionó, -quisiera saber quien vive en la casa antigua junto al farol- contesté, él me miró, -¿Por qué lo quieres saber?- su cara formaba una mueca incierta, esto me hizo dudar, varias ideas invadieron mi cabeza: ¿Acaso él odiaba a Luz y quería alejar de ella todo intento de felicidad?, ¿o era posible que también viviera enamorado de ella?, ¿o que Luz tuviera tantos pretendientes que él le hacía un favor despistando algunos?, ¿o que fuera algún celoso pariente esperando obligarme a jurar no volver a buscarla?. Lo observé, intentando manipular su razón, buscando obtener la respuesta que esperaba: “una preciosidad llamada Luz”, mi técnica parecía funcionar, -solo quiero saberlo- exclamé, sus labios se separaron, -dicen que vive una anciana, llevo veinte años viviendo aquí y nunca he visto a nadie entrar o salir - dijo, parecía sincero, afuera la tormenta había diminuido su intensidad, -gracias- contesté sin creerle, le devolví la toalla y salí del lugar, la lluvia volvió a golpear mi cuerpo, cerré la puerta y miré a la casa de Luz, seguía impávida. Crucé la calle hacia casa de ella, no podía ser cierto lo que el hombre me había dicho, quizá alguna de mis teorías sobre él era correcta, llegué y toqué, esperé, la puerta seguía igual, me enojé, toqué mas fuerte: nadie, pensé en regresar al café, quizá encontraría alguna respuesta. (el cuerpo se llena de plomo)
Salí rumbo al Café sin nombre, en busca de Luz, mi chamarra estaba tan húmeda que se me había pegado al cuerpo, corrí tropezando con los charcos que antes había esquivado, temiendo encontrar cerrado el café, temiendo encontrar vacío el local, temiendo no encontrar el lugar. (se pierde toda ligereza)
Llegué, el Café sin nombre estaba abierto, la tensión me abandonó, mi cuerpo temblaba de frío, pero algo me consolaba, por fin tendría respuesta, por fin sabría donde estaba Luz, ingresé, al fondo del lugar estaba un pequeño escenario, el grupo de Jazz tocaba, era un sitio bastante cálido, mi cuerpo se relajó. Casi todas las mesas estaban ocupadas, busqué a Luz, no estaba por ningún lado, -alguien la debe conocer- pensé, me senté en el primer lugar desocupado que encontré, el agua escurría de mí, mojando la silla y la mesa que ocupaba, poco a poco empezaba a calentarme, un mesero se acercó, me miró; -¿conoces a Luz?, antes solía venir seguido- pregunté, negó con la cabeza, -¿desea una toalla?- dijo, asentí frotando mis heladas manos, observé los demás lugares, buscando algo que me guiara a Luz, había parejas, grupos de amigos, y del otro lado del café: una joven sola, era morena y delgada, iba con un vestido rojo y le daba sorbos a un capuchino, el color del vestido me recordó el hambre que empezaba a atacarme, me pregunté si conocería a Luz, o tal vez, si acaso ella era Luz, estaba tan necesitado de encontrarla que todo me parecía confuso; iba a acercarme a ella cuando el mesero llegó a mí, me dio una pequeña toalla azul (probablemente robada del baño) agradecí, -¿algo de tomar?- preguntó, -por ahora no- exclamé, me sequé la cabeza, y miré al conjunto de Jazz (mientras se alejaba el mesero), un gordo cara de amargado tocaba con esfuerzo el saxofón, un pequeño hombre de bigote lo seguía en el bajo eléctrico, un canoso cachetón los acompañaba con la batería, una guitarra era tocada por un negro muy alto y la otra por un delgado extranjero, los miré, pero no me eran conocidos; me acerqué a la mesa donde estaba la joven de rojo, cruzando el café, llegué a su lado y me senté, (la tierra nos reclama) -hola- saludé, volteó a verme, era hermosa: tenía ojos negros y nariz chica, pero no se parecía nada a Luz; aunque quizá sí fuera ella, o tal vez supiera algo, -hola- contestó, la música era dulce, tanto que alentaba mi desesperación, me urgía saber algo de mi amada, -¿tu no eres Luz?- dije, -no- contestó tranquilamente, eso me exasperó, -bueno, pero ¿conoces a Luz?- cuestioné, ella me miró extrañada, -¿Cual Luz?- preguntó, -Luz, Luz, Luz, la única Luz, piel de mármol, ojos de hielo, cabellos de trigo, belleza espectral- exclamé, -no- dijo convencida, comenzaba a irritarme la calma con que se dirigía a mí, la atención del café estaba en el escenario, sobre el grupo que irradiaba calor en esa lluviosa noche fría, apreté mis puños, luego miré a la mesa de enfrente, una pareja se besaba, él parecía varios años mayor que ella, me levanté de donde estaba acercándome a ellos, les repetí la pregunta que le había hecho a la joven: -¿conocen a Luz?- y la respuesta fue la misma –No-, recorrí durante cuatro canciones, las veinte mesas ocupadas del café, preguntándoles a sus ocupantes si conocían a Luz, pero siempre recibía la misma negación, el mesero llegó a la última mesa ocupada, donde me encontraba preguntando, -por favor, siéntese en una mesa desocupada- me pidió, accedí a su petición, la ansiedad se transpiraba en mí, pero una sola idea evitaba que perdiera el control: quizá si esperaba lo suficiente llegaría Luz, quizá no había podido llegar puntual, quizá nunca era puntual al llegar a ese café sin nombre, a ese café perdido en sus recuerdos. (la sonrisa desaparece)
Pedí un té rojo sin azúcar, el grupo había comenzado a tocar una nueva canción, era bastante bailable, me impacienté, dirigí mi mirada a la puerta, afuera la llovizna se mantenía, -quizá llegue ahora que no hay tanta agua - pensé, busqué en mi bolsa y saqué la cajetilla, estaba empapada, intenté extraer el último cigarro que quedaba, se deshizo entre mis dedos, el tabaco que contenía se volvió azul, me sorprendí, miré la cajetilla, esa marca tenía años fuera del mercado, no recordaba la fecha en que vi la última, me turbé, ¿Qué podía significar eso?, el mesero se acercó, traía mi té, le pedí un cigarro, extrajo de su bolsillo una cajetilla de la marca mas común que hay, abrió el paquete y me extendió los blancos cilindros, tomé uno, mi mano temblaba, lo acerqué a mi boca, al ver esto, el mesero sacó un encendedor y encendió mi cigarrillo, aspiré, el humo me ahogó, no era como el de los que me había dado Luz, escupí el cigarro (casi encima del incrédulo mesero), una sensación de asco me invadió, le mostré la caja que se comenzaba a despedazar en mi mano, -¿no tienes de éstos?- pregunté con esfuerzo, -nunca los había visto- contestó sorprendido, me levanté rápidamente y salí corriendo del café, con dirección a casa de Luz, olvidando todo lo demás, (es la venganza de la gravedad ) la llovizna había recobrado casi la misma fuerza que tenía cuando yo había llegado al lugar, el mesero salió tras de mí, no había pagado el té; corrí dos cuadras con él detrás, me enojó que me persiguieran tanta distancia, volteé y lo enfrenté, se arrojó sobre mí, respondí con un empujón que lo hizo retroceder, tambaleándose, se preparó para un segundo ataque, pero me lancé sobre su cuello, sin darle tiempo lo mordí, hasta sentir como su cuerpo dejaba de luchar… (la mente anticipa el dolor)
Regresé a casa de Luz, toqué fuertemente, mi desesperación por verla era tanta que comencé a patear la puerta, las maderas que formaban la portezuela empezaron a fracturarse, seguí pateando, fuera de mí, cuando una voz del otro lado de la puerta preguntó -¿Qué desea?-, me dejó paralizado, -quiero ver a Luz- expresé calmándome despacio, seguía sintiendo las gotas sobre mi cuerpo; por fin se abrió la barrera que me separaba de mi amada, me emocioné, esperaba encontrar a Luz destruyendo el tiempo que se empeñaba en distanciarnos, pero apareció una anciana en su lugar, parecía más vieja que la casa, con el pelo excesivamente blanco, grandes lentes cuadrados, cara arrugada, vestido del siglo anterior y un bastón con incrustaciones de oro, -¿a quien busca?- cuestionó lentamente con voz cansada, -a Luz- exclamé, -aquí solo vive Alma- contestó ella esforzándose, quizá Luz no era el verdadero nombre de mi amada, -bueno, quiero ver a Alma- dije, -Soy yo- contestó despacio la vieja, la lluvia me pareció mas helada, me quedé callado, pensando que hacer, que decir, después todo me pareció una grotesca broma, -enserio señora, quisiera ver a Luz-, -se equivocó de casa - fue su lenta respuesta, la ira me invadió, entré empujando a la vieja, corrí por el sucio pasillo de rotas baldosas, entre las que crecía algo de hierva; corrí hasta el fondo, hacia esa horrible sala de polvosos muebles donde había estado con Luz, había goteras por todos lados, las paredes estaban cuarteadas, llevaban años sin uso, la madera de los sillones: podrida; me sorprendí de que la noche anterior yo hubiera estado en ese lugar; la casa estaba abandonada… (el suelo se acerca velozmente) no podía ser cierto, era una broma, sí, una broma de Luz, que me estaría esperando en alguna habitación, recorrí los cuartos, esperando que esa macabra sensación me abandonara, pero no encontré nada que no fueran objetos deshechos por el tiempo, subí las escaleras, arriba faltaban pedazos de piso, como pude avancé, la madera crujía cediendo a mi peso, no pude seguir adelante, tuve que regresar, pensé en interrogar a la vieja Alma, pero no la encontré por ningún lado, la puerta estaba abierta, tal como yo la había dejado, salí a prisa de ese horrible lugar, afuera ya no llovía. (las rocas (del piso) se afilan, se extienden para capturarnos…)
Ese fue el tercer encuentro (y quizá el último).
[…Los brazos se cansan, las piernas se encogen, los pies se vuelven piedra, descendemos, los cabellos se aferran a la altura, el cuerpo se llena de plomo, se pierde toda ligereza, la tierra nos reclama, la sonrisa desaparece, es la venganza de la gravedad, la mente anticipa el dolor, el suelo se acerca velozmente, las rocas (del piso) se afilan, se extienden para capturarnos…]
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Se llamaba Clara…
Sucedió en septiembre, el año siguiente a esa lluviosa noche de Junio.
Llevaba un mes sin televisión, se me había descompuesto sin razón aparente; por eso dormía el día entero, escuchaba la radio y salía por las noches para entretenerme.
Desperté, el sol acababa de ocultarse, me levanté de la cama y encendí el viejo aparato de radio, que me tenía aficionado desde hacía poco (ayudándome a llevar éste largo mes): sonó la 3era. Sinfonía en Sol mayor de Shevko, era un crescendo que elevaba mis sentidos; me quedé parado ahí, durante la media hora que duró la pieza, junto al viejo aparato, extasiado. (Los pies hacen contacto)
Escuchar a Shevko me dejó con unas terribles ganas de seguir oyendo música clásica, pero no sabía que hacer para complacerme, la temporada de conciertos acababa de terminar. Estaba pensando donde ir esa noche, cómo satisfacer mis ganas de escuchar esas estupendas melodías, cuando el locutor habló: -tenemos un anuncio para nuestros radioescuchas: esta noche en el gran parque de la ciudad, la orquesta sinfónica dará un concierto- la voz parecía ser de un simpático anciano, -tocarán desde Mozart hasta Stravinsky. Gracias, eso ha sido todo por hoy en su programa “odas al viento”-, la pieza de Brahms (que despidió al programa) mantuvo mis ojos cerrados de placer; después la transmisión se cortó, seguida de sonoros comerciales vacíos, apagué la radio, el anuncio me pareció una extraña coincidencia; pero al final no importaba, debía aprovecharla.
La noche comenzaba a ponerse fresca, me puse un sueter gris (el animo invadía mis pulmones) y salí en dirección al parque, quedaba del otro lado de la ciudad, revisé mis bolsillos, no tenía mucho dinero, pensé en llegar caminando, y emprendí la marcha.
Llegué despreocupado, vestía camisa oscura y pantalón gris, el clima, a pesar de ser frío, comenzaba a agradarme, por eso me había quitado el sueter muchas cuadras antes de vislumbrar el parque. (la onda expande el polvo cercano)
El concierto llevaba media hora de comenzado, la orquesta había logrado atiborrar el sitio, los lugares estaban ocupados, y demasiadas personas se perdían en el prado, escuchando el final de una fuga de Bach.
Frente al quiosco principal se alzaba un anfiteatro, en cuyo centro estaba colocados los músicos; en las gradas (rodeando a la pieza de Tchaikovsky que comenzaba) se podía ver todo tipo de personas: viejos con smokings, esposas en vestidos de noche, pseudo-intelectuales con pelo largo y camisas de manta, estudiantes de música, hombres con gastados trajes cafés, amantes de la música clásica, otras gentes.
Me paseé un tiempo en el parque, con el sueter descansando en mi brazo, caminando despacio entre las veredas, observando como la música movía armónicamente las hojas de los árboles, encontrándome con familias que paseaban calmadamente; de pronto, vi venir sobre el camino a un joven con una camisa de la marca que estaba de moda, lo reconocí, era mi ex amigo-emo, había dejado su look anterior, ahora únicamente vestía ropas caras, solo la argolla en el labio recordaba su antigua actitud; él caminaba de la mano con una hermosa joven morena, de ojos negros y nariz pequeña; me pareció conocida, pero no acordaba bien de donde, su memoria se me perdía en aquella lluviosa noche de junio, se me perdía en un café creado de recuerdos. Doblé en un recodo para evitarlos, no me vieron. (las rodillas resortean)
La sinfonía de Tchaikovsky estaba finalizando, me pareció sorprendente como la orquesta lograba llenar todo el parque de música, caminé varios metros; el entusiasmo asaltó de pronto mis oídos con una composición de Shevko, cerré los ojos, para sentir el aire que se volvía una tormenta de armonías; caminé sin rumbo fijo con los ojos cerrados; casi hasta el final de la pieza, unos violentos ladridos destruyeron mi envolvente tranquilidad, al abrir los ojos me encontré un perro labrador que me mostraba agresivamente los dientes, una niña lo intentaba controlar gritando su nombre y jalándolo de la cadena; fulminé al perro con la mirada, que convirtió instantáneamente su enojo en terror, un chillido escapó de él mientras se alejaba rápidamente, arrastrando a su dueña.
La orquesta empezó con Berlioz, me dirigí hacia el centro del parque, tratando de olvidar lo que acababa de ocurrir; luego de unos minutos, algo estremeció mi ser: allí estaba, a pocos pasos, vestía más oscuro que de costumbre, pero semejaba estar igual: piel de mármol, ojos de hielo, cabellos de trigo, belleza espectral; era Clara.
Una anciana la acompañaba, la examiné cuidadosamente: era Alma, parecía mucho menos vieja de lo que recordaba. (la fuerza del golpe se extingue)
Después de aquella lluviosa noche de Junio, evitaba pasar por la calle de Clara, no sabiendo que creer, hasta que por fin, después de varios meses, me atreví: la casa había sido demolida, un estacionamiento existía en su lugar.
Me acerqué a Clara, preguntándome si era o no real, su pelo parecía maltratado y lleno de canas, traía una blusa negra con cuello de tortuga, -¡Clara!- exclamé su nombre, ella volteó, estaba más delgada, tenía ojeras y su cara parecía gastada, -Hola- me contestó secamente dulce, noté que su felicidad luchaba contra la apatía que la dominaba, Alma me observó, la molestia invadía su cara, Belioz se alargaba, -¿Dónde has estado?- pregunté a Clara, ella intentó responder, pero la vieja lo impidió exclamando: -¡Donde debe estar!-, me sorprendí, no supe a lo que se refería, quise replicar, pero Clara me dijo: -Vete, por favor-, miré sus ojos, se perdían en el horizonte mientras la impotencia se adueñaba de mi razón, apreté mis puños, pero no me moví, Alma tomó del brazo a Clara y se alejaron de mi lado, me quede parado, sin comprender aún lo que había pasado; cuando reaccioné las busqué, pero no estaban por ningún lugar.
Caminé hasta una orilla del parque, Berlioz había terminado, la tempesta nel mare de Vivaldi comenzaba, me senté en una banca metálica, a poner en orden mis pensamientos.
Llevaba una hora sentado, la orquesta estaba a punto de acabar su presentación, estaba más que decidido en buscar a Clara, no me era posible volver a perderla, aunque no fuera la misma Clara que conocía, ésta parecía muchos años más vieja.
De la nada, Clara se acercó a donde me encontraba, parecía que había escuchado mis invocaciones mentales, -¿Qué haces?- preguntó tranquilamente, me sorprendí: primero de verla, después de que me hablara como si nada hubiera pasado. (se canaliza, se vuelve impulso)
-na nada- tartamudeé, luego tomando valor pregunté -¿Dónde has estado?-, ella me miró, dudó mucho en contestar, sus ojos parecían vacíos, parecía que no me contestarían, pero al final lo dijo: -Internada en una clínica mental-, -¿Qué?- pregunté sin creerlo -¿Porqué?- , -Sí, pero no te preocupes, ya estoy mejor- contestó, -¿por qué?- volví a preguntar, ella evitaba mis preguntas con sus respuestas -bueno, tengo que tomar varias medicinas, para controlarme un poco, pero ya estoy (casi) bien-, -¿quién te internó?, ¿Porqué?- repetí la pregunta, primero desaparecía más de un año, y ahora volvía para decirme que había estado en una clínica y que además debía tomar medicamentos; se me hacía totalmente irreal.
Me miró, parecía más vieja de lo que recordaba, -me internó Alma, no quería que le robara más juventud-, me quedé helado, sin saber el significado de esas palabras.
A nosotros llegaron unos gritos -¡Clara!, ¿Dónde estás Clara?-, ella se sorprendió, -es Alma- dijo -¡Vámonos!-, me extendió la mano, para que la tomara, para que ingresara a su mundo; me pareció que la cordura abandonaba a Clara, aún más de lo que yo creía.
-¡Vámonos!- repitió, parecía que la desesperación se adueñaba de ella, su mano seguía ahí, en el aire, extendiéndose a mí (una flor de la mano al corazón).
Dudé unos segundos (que se me hicieron infinitos) el huir con Clara; al final la quería tener a mi lado por la eternidad, pero su juicio parecía extraviado en la profundidad de sus cálidos ojos de hielo. (Los cabellos tocan hombros)
-¡Clara ven para acá!- Exclamó Alma, estaba a varios metros de nosotros, y se acercaba rápidamente, más de lo que su edad le hubiera permitido. Cuando Clara vio a la anciana, que se hacía más joven a cada instante, se puso nerviosa, mientras le brotaban arrugas bajo los ojos, -¿Vienes conmigo?- me dijo rápidamente, lista para correr tan rápido como la vejez que la atacaba le permitiera.
No contesté, me quedé sentado en la banca, viendo como Clara escapaba, más vieja a cada paso, con cada vez mayor esfuerzo. Alma se acercaba, más y más joven a cada instante, cuando pasó a mi lado se detuvo, la miré, era idéntica a Clara: piel de mármol, ojos de hielo, cabellos de trigo, belleza jovial, grandes lentes cuadrados, vestido del siglo anterior y un bastón con incrustaciones de oro, -¡Aléjate de mi hermana!- me gritó, una imagen atacó mi mente, la imagen de una novela corta que había leído, en que el protagonista se enamoraba de una joven, que resultaba ser el aura de una vieja. (los ojos se alzan al cielo)
No podía ser real, Alma se quitó los lentes y corrió ágilmente hasta la anciana, de vestido negro con cuello de tortuga, que luchaba por avanzar pocos metros adelante; cuando la alcanzó le dijo: -Ahora me toca a mí ser joven-. Me levanté rápidamente de la banca, acercándome a ellas, todo era tan irreal como mi propia existencia.
Alma me miró, era preciosamente idéntica a la joven Clara que yo había conocido, miré a la vieja Clara, sus ojos buscaban explotar en llanto, aborreciéndome por no haber escapado a tiempo, un impulso se apropió de mi razón, corrí hacia las hermanas, abracé a Clara sin detenerme, con esfuerzo la alcé y huí llevándola en mis brazos, entre más nos alejábamos recuperaba más juventud, Alma reaccionó cuando estábamos a algunos metros de ella, y nos siguió rápidamente, pero era inevitable, con cada paso que daba regresaba su vejez.
Me detuve hasta estar lejos del parque, esforzándome por no dejar caer a Clara, que sin darme cuenta, se había vuelto joven de nuevo, ella me miró agradecida, no soporté las ganas y la besé, me correspondió. (las piernas empujan más alto.)
Caminamos algunas horas, se hacía tarde, -¿Dónde irás ahora?- pregunté, -No sé, no quiero volver con Alma- contestó, -ven conmigo, a mi departamento- la invité, aceptó instantáneamente.
Nos acercamos al edificio donde se encontraba mi apartamento, -¿Qué hacemos aquí?- preguntó Clara asustada, -Aquí vivo- contesté con normalidad, -pero, pero aquí estuve internada- exclamó llena de terror, -¿Qué?- pregunté, entonces me di cuenta, estaba totalmente loca, -¿Porqué me traes aquí?- me gritó, -no te preocupes, es mi edificio, mira, mi apartamento está en el tercer piso, vamos, dentro te tranquilizarás- dije tomándole la mano, ella alejó su mano, luego se tranquilizó un poco, quizá pensó que su realidad estaba distorsionada, -necesito mi medicina- exclamó turbada, la abracé, -vamos, entremos- dije mientras nos acercábamos a la puerta, el portero abrió, estaba vestido de blanco, nos extendió un chaleco de plástico, del mismo color de su uniforme, Clara estaba serena, parecía no importarle nada, el portero y sus ayudantes nos pusieron los chalecos, amarrándolos por la parte de atrás, luego nos llevaron a nuestras habitaciones, separándonos, como sucedía cada noche en ese lugar, durante la eternidad.
El día me parecía durar meses, me parecía durar Marzo, Junio, Septiembre; me parecía durar años.
Ya no importaba Clara, esa noche nos olvidaríamos para siempre.
Al día siguiente, durante el receso, volvería a conocer a Sol, a Blanca, a Luz, a Clara… o como quiera que se llamara… y todo comenzaría de nuevo. (Otro salto.)
[… Los pies hacen contacto, la onda expande el polvo cercano, las rodillas resortean, la fuerza del golpe se extingue, se canaliza, se vuelve impulso. Los cabellos tocan hombros, los ojos se alzan al cielo, las piernas empujan más alto.
Otro salto.]
FIN.
Jorge R. Negroe Alvarez. Julio-Agosto del 2006
Me acuerdo de ese hermoso halo terrorífico que la envolvía, que la hacía parecer un cadáver andante, una alucinante y preciosa espectro.
Sucedió al calor de una larga noche de Marzo. A ella la descubrí bajo el brillo de la Luna.
Esa tarde yo miraba el televisor, cambiando de canales constantemente, sin decidir que mirar, cuando una imagen me atrapó, era un hombre calvo de aspecto francés, DJ de nombre famoso, informando sobre su presentación, un evento gratuito de música trance,
-que ésta noche, en el centro de la ciudad: sobredosis gratis de música electrónica-. (Los cabellos flotan en el aire)
Dudé mi asistencia, acababa de volver de viaje, apenas era mi segundo día en casa, además, la transmisión de una excelente película alternativa (que yo ansiaba ver desde hacía meses) coincidía con la cita-electrónica.
Al final, un impulso indescriptible, de esos que te hacen pensar todo lo que podrías estar viviendo en ese instante, invadió mi ser…
Me dirigí al lugar indicado, a la (si había, era sin duda la de mi llegada) hora adecuada, y lo era no por que yo así lo quisiera, si no porque ya las estrellas se aferraban al cielo.
A pocas cuadras del lugar se notaban las filas de personas, extendiéndose infinitamente hacia la música. Así arribé, abriéndome paso entre calles llenas de gente, de hombres, de mujeres, de punketos, de neo jipis, de prostitutas… y ahí, en medio de todo, como si estuviera escoltada por miles de almas, estaba ella. (las piernas se estiran)
La avenida principal de la ciudad era bloqueada, las calles aledañas en la misma condición, el lugar desbordante de personas; y al centro: sobre un improvisado escenario de tablas, las consolas sonaban y un DJ comenzaba mezclar, predicando texturas multiorgásmicas al oído, la gente bailaba, volaba, disfrutaba; y yo, solo avanzaba hacia ese ser que provocaba mi fascinación.
La miré de cerca: piel de mármol, ojos de hielo, cabellos de trigo, belleza espectral, entonces, como si ya lo hubiera escuchado, como si hubiera vivido siempre sabiéndolo, exclamé su nombre: Sol-Blanca-Luz-Clara; no importaba realmente cual fuera.
Con solo mirarla supe que era dulce, que siempre sonreía por dentro. (la felicidad inunda pulmones)
Ella estaba con su novio: cabello de tierra, ojos cálidos, piel ocrácea, comentarios estúpidos; no me interesó. Me encontraba a pocos metros de ellos, sostuve la mirada sobre las hipnotizantes pupilas azules de Sol, sin parpadear, sin pensar.
El peso de mi vista fue advertido por ella, quien dirigió su atención a mis ojos. (los brazos se vuelven ligeros)
Todas esas psicodélicas mezclas de ritmos aumentaban mis emociones, elevaban mi conciencia, retumbaban mi pecho, invadían mis oídos, aumentaban mi atención en ella. Con la mirada le mandé un mensaje –baila conmigo-, ella entrecerró un poco sus párpados, como preguntándome entre insegura y sarcástica: -¿me hablas a mí?-; repetí el ademán, el tipo con el que Sol iba se percató de la mirada que ésta expresaba, me lanzó una estocada visual, observándome un momento, después vio al hombre de mi derecha, iba vestido de negro y se convulsionaba al ritmo de la música (mientras las drogas hacían efecto en su cuerpo), volvió a mirarme, lo hizo prestando más atención de la debida, y finalmente se detuvo a mi izquierda, en una joven con vestido de manta, cabello enmarañado, morral al hombro, belleza escondida y su éxtasis en el aire; la fulminó con la mirada.
Sol accedió a mi propuesta, susurró algo al oído de su acompañante, dejándolo pensativo, y se alejó antes que éste se pudiera arrepentir. (se vuelven plumas)
Se dirigió a donde había más gente, me buscó de nuevo con la mirada, llamándome con su congelante vista, yo miré de nuevo al novio, mientras me decidía, él parecía confundido, parecía meditar, no lo pensé más y me acerqué a ella, me abrí paso entre greñudos, entre peinados punks, entre rastas y estilos sobrecargados de ilusión; me abrí paso hasta su rostro, solo dije –hola-, ella repitió mi saludo, su voz me atrapó, era encantadora, escupía dulzura, rimaba arrítmicamente con el punzante ruido electrónico que nos envolvía, yo sonreí, no me imitó. (la gravedad es derrotada)
No me sentía con ganas de bailar, la música no nos permitía hablar mucho, haberla invitado solo era una excusa, una excusa para alejarla del patán que la acompañaba, para conocerla y para probar sus labios.
No quería hacer el ridículo; no lo pude evitar, en cuanto estuvimos juntos comencé a exagerar mis movimientos (al ritmo de la música), ella solo reía internamente, viéndome improvisar los pasos, sin embargo seguía seria, ocultándome su verdadero ser; al final, mis mal coordinados bailes lograron robarle una sonrisa, que quizá duró unos segundos, pero que se quedó grabada en mí memoria. (desterrada)
El acompañante de Sol desesperó, buscó a su alrededor, miró a lo lejos el cabello ondulante de ella y se acercó empujando, interponiéndose en el camino de todo el que tuviera enfrente.
Bailamos unos minutos, Sol volteó y miró al tipo que iba con ella, estaba a unos pasos suyos, fue hacia él, mis ojos la siguieron cuando lo abrazó, besó su cara, le dijo algo en voz baja y se alejaron juntos, él no me vio. (los pies flotan)
Me sentí tonto, miré a mí alrededor, estaba rodeado de parejas, alcé la vista, hacia el escenario, al hombre que sintonizaba su consola para seguir bombardeando de música a los presentes, era calvo, con audífonos del tamaño de su cabeza, ojeras, aspecto francés, camisa negra y aparatos caros, era el hombre del televisor.
Regresé mis ojos a Sol, miré su espalda huyendo de mí, la seguí. (el cuerpo se arquea)
Ella se alejó con el tipo a su lado, dirigiéndose lejos de la multitud, lejos de los sonidos distorsionados; caminamos tres cuadras, ellos delante, yo quince pasos atrás, siempre manteniendo la distancia; evitaba ser visible, no quería que él notara mi presencia, aunque ella sabía que iba tras ellos; así pasamos junto a una pequeña tienda de libros usados, a un banco extranjero, a una moderna casa azul de dos pisos, a una larga sucursal de autoservicio, a una mugrosa casa abandonada, y ahí, ahí fue donde la vi extender su mano color nube, acercarse a una polvosa ventana rota, acariciar los restos del cristal, cortarse, sangrar… (se impulsa, y luego se libera) volteó hacia mí, imaginé que me sonreía, su novio no se dio cuenta de nada; entonces avanzaron, ella extendió su mano a la pared, dejando un rastro de sangre, su acompañante le platicaba sobre las consecuencias de la última fiesta; ella seguía pintando un delgado camino de sangre en la pared, forjando el hilo que me perdería en un Minotauresco laberinto, que me llevaría a su juego, a sus brazos.
El novio se percató de que sangraba, se detuvieron, él extendió su brazo para tocar la mano de Sol, quien se dejó llevar, miró la herida, la acarició suavemente, luego intentó besarla, ella le arrebató la mano, evitando que esos labios profanaran su preciosa sangre.
Yo seguía tras ellos, avanzaron de prisa, Sol pegó de nuevo su mano a la pared, continuó creando la eterna línea roja. Acerqué mi lengua a la pared y comencé a lamer el camino que me dejaba, la sangre me supo dulce, más dulce que alguna otra que hubiera probado. (el aire resiste)
Los perdí de vista; tras de mí, a lo lejos, retumbaban los sonidos electrónicos. Seguí el rastro, besándolo, evitando que se desperdiciara, borrándolo a cualquier indigno. El rojo cordel me hizo avanzar dos cuadras, hasta esa tienda de ropa, donde una asqueada empleada se disponía a limpiar la sangrienta raya que dividía en dos el aparador, acababa de rociar jabón y un pañuelo iba a cortar el listón que me guiaba, buscando perderme para siempre en el infinito, corrí a empujarla para poder disfrutar el recuerdo de Sol, la empleada gritó y entró rápidamente a la boutique, el jabón me supo amargo. (los ojos tocan nubes)
A la vuelta de la tienda terminaba el rastro, junto a un farol de alumbrado público, en una puerta de madera vieja: la casa a la que pertenecía era antigua, con ventanas altas, dos pisos, pared descascarada (la luz me permitió descubrir sus diversas eras coloríficas) y techo de tejas. (una sonrisa acentúa la mañana)
Esperé enfrente, para descubrir si había realmente encontrado la casa de Sol; la observé por una hora, escuchando las vibras que venían del centro de la ciudad, imaginándome cómo sería la vida de ella, si llevaba toda su existencia penando el lugar, si acababa de llegar, o peor, si ni siquiera vivía ahí. Cuando la puerta se abrió salió el novio, lo observé, estaba despeinado, su labio sangraba, vestía una arrugada camisa beige y buscaba algo en sus bolsillos; de pronto, se detuvo viendo en mi dirección, desvié la mirada, sacó un cigarro, se lo llevó a la boca, manchó el filtro de sangre, extrajo un encendedor de su bolsillo, lo hizo funcionar, acercó el tabaco, lo prendió, aspiró, sus ojos me recorrieron de la cabeza a la cadera, dobló hacia la tienda de ropa y desapareció. (la cara sube)
Miré de nuevo la casa, una cortina se movió rápidamente: Sol me había visto. Toqué la puerta, nadie abrió, volví a tocar… calma absoluta, los mosquitos que revoloteaban en el farol comenzaban a venir sobre mí, me aterroricé y huí (lo peor de todo es que te roben sangre) corrí de regreso por los recuerdos de línea que me habían guiado a ella, corrí hasta regresar al rave, al lugar donde mis ojos habían descubierto a Sol, para que su imagen, junto con la música, me guiaran por vías indescriptibles. (los brazos se agitan)
Después de un rato pude observar al novio de Sol, se besaba intensamente con la joven de vestido de manta, cabello enmarañado, morral al hombro, belleza escondida y éxtasis en sus labios; la recordé, había estado junto a mí cuando él me observó por primera vez.
Entonces pensé que Sol no merecía estar con él. –Pero ya el tiempo lo dirá- exclamé, mis palabras se perdieron entre la música. (se gana altura)
Ese fue el primer encuentro. (se vuela…)
[Un salto.
Los cabellos flotan en el aire, las piernas se estiran, la felicidad inunda pulmones, los brazos se vuelven ligeros, se vuelven plumas, la gravedad es derrotada, desterrada, los pies flotan, el cuerpo se arquea, se impulsa, y luego se libera, el aire resiste, los ojos tocan nubes, una sonrisa acentúa la mañana, la cara sube, los brazos se agitan, se gana altura, se vuela…]
Se llamaba Blanca, se llamaba Luz, se llamaba Clara…
Sucedió durante una fiesta, una inesperada noche de Junio. (… Se mira el horizonte, ansioso de recibirnos)
Esa tarde sonó el teléfono, yo dormía, acurrucado sobre uno de los amarillentos sillones de la sala, el sonido me despertó, desplazando el sueño de mis oídos, con trabajo estiré mi brazo hasta la mesita de centro, donde descansaba el molesto aparato, que no cesaba de emitir chirridos, contesté con dificultad, acercando lentamente el auricular a mi cara: no era nadie, habían colgado, me molesté. El cuadrado reloj, que colgaba de la pared frente a mí, anunció que pronto anochecería, entonces recordé, había sido invitado a una fiesta, en una casa a tres cuadras de la mía, me levanté dirigiéndome a mi cuarto, tomé una toalla gris que se extendía sobre la cama y fui al baño, pasé frente al enorme espejo, no me reflejó; abrí las llaves de agua, colgué la toalla, me desvestí rápidamente y entré a la regadera. (el viento pesa)
La luna se extendía sobre esa noche, yo caminaba por la calle, gotas de agua resbalaban de mi cabello, iba vestido de negro, a mi paso, el calor comenzaba a ceder, devorado por la neblina que poco a poco se multiplicaba entre avenidas y callejones.
Me acerqué a la fiesta, había poca gente fuera de la casa y demasiada dentro, no reconocí a nadie de los que charlaban sin entrar, bebiendo ansiedades en botellas individuales de cerveza. Hasta mis oídos llegaron rápidos ritmos de guitarra, acompañados por un incesante repicar de tambores, y los gritos Punks-Emo del grupo que animaba la fiesta.
La puerta de entrada estaba abierta, entré empujando los cuerpos que se cerraban, formando paredes de protección para el grupo, que expresaba exceso de angustia, desde el centro de la sala. (el impulso se agota)
El lugar estaba repleto de marcas caras de ropa, de neo punks, estilos darks, algunos hippies perdidos, y bastante gente “Emo” con peinados que les tapaban media cara, bebidas muy cargadas y tristes atuendos, irradiando frustración.
Recorrí la casa, buscando reconocer caras entre toda esa jungla de sentimientos, pero solo encontré al dueño del lugar, un ex compañero mío de tendencias Emo, estaba en la cocina de azulejos blancos, donde una inesperada fila de personas esperaba llenar sus vasos en un barril de cerveza, mientras se contagiaban del deprimente ambiente que emitían los micrófonos. (nos detenemos en la nada)
Me dirigí a saludar al dueño de la casa, estaba de espaldas, con una camisa de horizontales rallas rojas y negras (que me recordó al personaje de alguna antigua película de horror), él platicaba con alguien mas, no alcancé a ver quien era, en el camino me ofrecieron una bebida preparada, la acepté, era púrpura, demasiado dulce de alcohol. Llegué junto a él, con el vaso en la mano y me llevé una sorpresa, hablaba con Blanca-Luz-Clara. Quedé mudo frente a ellos, parecía un sueño, mi sueño. Ella iba de oscuro, resaltando su blanco rostro, con el rubio cabello ondulado que le cubría poco más allá de los hombros y azules ojos aumentando su belleza. Después de que la conocí, no la había vuelto a ver, a pesar de que caminé incontables noches frente a su casa, siempre buscando sus ojos en una ventana o esperando toparme con ella, pero nada, esa vivienda parecía abandonada hacía siglos. Ahora por fin tenía a Blanca frente a mí, después de varios meses. Estaba tan sorprendido que olvidé dar la mano a mi ex compañero (ni tampoco noté que tenía algunos mechones color rosa y mucho menos que una argolla adornaba su labio inferior), él me la estrechó, levantándomela desde mi costado, luego nos presentó, primero dirigiéndose a ella: -Blanca, él es (dijo mi nombre)-, después a mí: -(yo), ella es Blanca-. Sus fríos ojos me congelaron en ternura, -Hola- me dijo con dulce voz (de nuevo), -Hola- contesté yo, deseando que me recordara, que recordara esa cálida noche de marzo en que probé su sangre… (en el vacío.)
Desde la sala nos llegó un agudo grito, que marcaba el final de una canción, dejando en el alma un profundo vacío, después vinieron los alaridos del público, que exigían nuevas dosis de agresiva depresión, la fila para la cerveza había disminuido. (El tiempo parece no existir)
Miré de frente los hipnotizantes ojos de Blanca, eran más bellos de lo que recordaba, estaban bañados en melancolía, sin embargo seguían pareciendo imperturbables, secos.
¿Me recuerdas?, quise preguntarle, pero decidí no hacerlo, parecía indiferente a mí; los tres platicamos casi una hora sobre tonterías, él sacaba los temas intentando que Blanca participara en la charla, para poder escuchar su dulce voz, ella se limitaba a emitir comentarios tan cortos como acertados, se sobre notaba el interés del dueño de la casa en Blanca; constantemente, la plática se detenía para escuchar la canción que estaba sonando, con coros cuyas letras, nostálgicamente belicosas, parecían excitar los sentidos del Emo-anfitrión. Alguien llamó a mi amigo, él se alejó, dejándonos rodeados de borrachos. Blanca sostenía un vaso con el mismo líquido púrpura que yo, y se entretenía bebiéndolo mientras miraba como el dueño de la casa tardaba más de lo imaginado, me sentí excluido; una oleada de ácidos acordes hizo vibrar a los presentes, la cocina se vació enseguida, todos corrieron a escuchar una canción que parecía ser el éxito del grupo. Ella suspiró, entonces dirigió sus pupilas a mí, me puse nervioso, no tenía nada que decirle, por fin solté lo primero que pensé: -¿conoces esa canción?-, era la primera vez que yo la escuchaba. (todo se encuentra estático)
Blanca asintió, después tomó un trago, y dijo, -Era una de las favoritas de mi ex novio-, cortó rápidamente las palabras, -¿lo recuerdas?- me preguntó, quedé helado, se acordaba de mí, -Sí- contesté, enseguida pregunté por él, -Descubrí que me engañaba cada vez que podía- dijo ella suspirando, miré hacia fuera de la cocina, los invitados saltaban empujándose, rápidos sonidos tristes invadían la cocina; instintivamente estiré mi mano libre, acaricié su cara, me miró seria, no esperaba eso, sus ojos me veían como evitando cualquier acercamiento, me arrepentí de haberle hecho la caricia, no quería ser rechazado, bebí un sorbo para darme valor, al final, ella sonrió, no lo soporté mas, debía decírselo, -Siempre supe tu secreto- exclamé un poco mas seguro, -¿Cuál?- preguntó ella entrecerrando los ojos, retándome a decirlo; la canción terminó y algunos regresaron a donde me encontraba con Blanca, incluyendo a mi Emo-Amigo, ella se acercó a mí, me abrazó y plantó un beso en mis labios, yo la correspondí, sus labios eran más deliciosos de lo que me imaginaba, cuando él llegó parecía molesto, traía un vaso con cerveza en la mano y casi lo azota contra una mesa al encontrarme besando a Blanca, después se acercó, -veo que se conocen bien- dijo dirigiéndose a mí, su voz estaba cargada de enojo, -ya nos conocíamos- informé, ella seguía abrazada a mí, -sálvame de él- susurró a mi oído, -lo hubieras dicho, así me habrías ahorrado las presentaciones- dijo el dueño de la casa a punto de estallar, -tranquilo- dije mostrándole los dientes, retrocedió asustado, -vámonos- me dijo ella, obedecí, salimos de la cocina, frente a la atónita mirada de mi (ahora) ex amigo-Emo. (congelado en el aire ) El grupo había dejado de tocar, los integrantes descansaban, rodeados de admiradores, una grabación de rock ligero era vomitado por el estéreo de la casa, otros más bebían, algunas parejas compartían besos; al advertir esto, quise besar a Blanca, evitó mi boca. Salimos de la fiesta abrazados, afuera, la neblina inundaba la ciudad, -¿Dónde vamos?- pregunté, -A mi casa- contestó, caminamos algunos pasos entre la niebla, luego se separó de mí, entonces me di cuenta: había sido usado por Blanca para huir de aquel lugar, perdiendo además, la amistad del anfitrión. Se adelantó un poco, yo le seguí; caminamos dos cuadras, siempre manteniendo la distancia, que parecía alargarse más a cada instante, decidí no acompañarla a su casa, ella seguía fría, indiferente a mí, perdiéndose entre la niebla. Me molesté, pensé en regresar a la fiesta solo; de repente se detuvo, llegué a donde se encontraba, estaba frente a un café, la amarilla luz que salía de éste se reflejaba en la bruma, resaltando la belleza de Blanca; miré al establecimiento, aunque estaba abierto, ningún letrero decía su nombre ni su condición de cafetería. Dentro, se veían unas cuantas mesas ocupadas, al fondo del lugar, había un escenario donde se encontraban en descanso: una batería, un par de guitarras, bajo eléctrico y saxofón, era el receso de los músicos. (los ojos no detectan movimiento)
-¿Entramos?- pregunté un poco fastidiado, ella me miró, había lágrimas en sus ojos, me sorprendí, -no- respondió sollozando, yo no entendía nada, -¿Qué pasa?- la cuestioné, -En este café conocí a mi ex novio, él trabajaba de mesero, yo venía seguido a escuchar Jazz-, mi teoría era cierta, en verdad conocía su secreto, ella no era tan fría como aparentaba, me parecía ridícula su gélida actitud, pero quería consolarla, me acerqué no sabiendo como reaccionaría, ella se lanzó a mis brazos, me abrazó fuertemente y lloró en ellos, -vamos a mi casa- dijo sollozando, caminamos juntos varias cuadras, abriéndonos paso entre la neblina, parecía que casi no había actividad en la ciudad: muchos locales cerrados, poca gente en la calle y un pequeño número de autos circulando la zona.
Llegamos a un farol de alumbrado público, junto estaba una puerta de madera vieja, la casa a la que pertenecía era antigua, con rejas en sus altas ventanas, dos pisos, pared descascarada y techo de tejas; era casa de Blanca. (la gravedad comienza prepararse para tragarnos)
Ella me invitó a pasar, metió una llave enorme en la cerradura y abrió, entramos, un sucio pasillo de rotas baldosas, entre las que crecía algo de hierva, nos recibió; ella cerró la puerta, provocando un gran eco, luego me guió hacia el fondo, hasta una horrible sala de polvosos muebles antiguos, cuyas paredes parecían ceder al tiempo; nos sentamos, mi ropa se llenó de polvo, parecía que esos sillones llevaban años sin uso; no me imaginé que la casa estuviera tan descuidada; una gran escalera se alzaba junto a los asientos. Ella lucía más tranquila, se había acomodado frente a mí, la miré, me miró, entonces exclamé: -sé tu secreto-, -¿Cuál?- emitió ella, parecía vencida, -Aparentas ser fría, y aunque tu pálida piel ayuda, en realidad eres cálida, tu sola voz te delata, escupes dulzura- confesé, Blanca me miró, sus preciosos ojos no parecían ya congelantes, eran ahora como dos pozas de aguas termales, ordenándome sumergirme en ella, -¿Cómo lo descubriste?- preguntó, -Siempre lo supe- contesté.
Nos besamos durante mucho tiempo, al final logré morder su cuello, dejando las marcas de mis dientes, ingresándola a mi mundo.
Una hora después, salí de la casa despeinado, mis labios sangraban, mi camisa negra estaba polvosa y arrugada, metí mi mano a la bolsa, encontré una cajetilla que ella debía haber dejado ahí sin que me diera cuenta, tomé un cigarro y lo encendí, manché el filtro de sangre, aspiré y exhalé, el humo de la nicotina se perdió entre la niebla, que estaba demasiado espesa, me dirigí a mi casa, pronto amanecería y debía llegar antes que el sol.
Nos habíamos quedado de ver la noche siguiente en el café sin nombre, el café de sus recuerdos. (para regresar las cosas a su perpetuo estado de movimiento…)
Ese fue el segundo encuentro.
[… Se mira el horizonte, ansioso de recibirnos, el viento pesa, el impulso se agota, nos detenemos en la nada, en el vacío.
El tiempo parece no existir, todo se encuentra estático, congelado en el aire, los ojos no detectan movimiento, la gravedad comienza prepararse para tragarnos, para regresar las cosas a su perpetuo estado de movimiento…]
Se llamaba Luz, se llama Clara…
Sucedió la lluviosa noche siguiente a la fiesta “de la inesperada noche de Junio”. (Los brazos se cansan)
Miré ansioso el reloj cuadrado, faltaba una hora para anochecer, la sala estaba en penumbras; yo estaba sentado sobre los sillones amarillentos, una mala película me ayudaba a sobrellevar el tiempo que me separaba de Luz. Afuera llovía, todo el día había estado igual.
Temí que Luz se hubiera arrepentido, que no fuera a nuestra cita, o peor, que sólo hubiera jugado conmigo, no podría soportar otra temporada sin ella; sin embargo algo me consolaba, ya tenía mi marca en su cuello y en su alma, ahora era como yo: Vulnerable a los deseos de la noche. (las piernas se encogen)
Noche, lluvia, calle, humo de cigarro, un tabaco en mi mano, zapatos húmedos, chamarra igual, gotas oscuras en el pelo, ansiedad en mi mente, desesperación en el cuerpo. Tenía cerca de dos horas que se había puesto el sol, el café sin nombre aún no abría, -y quien sabe si abrirá- pensé, al menos debía seguir esperando a Luz, estaba seguro que llegaría, tenía que llegar; hacía algo de frío, la nicotina engañaba con su falso calor, los calcetines me helaban los dedos, la nariz se me empezaba a cerrar… la noche avanzaba, solo perturbada por el monótono caer de la lluvia, mezclándose en mi preocupación.
Pasó otra hora sin rastros de Luz, el aguacero aumentó; llevaba casi fumada la cajetilla (algo irónico, pues apenas había comenzado a fumar la noche anterior) que ella me había dado, entonces me di cuenta que no vendría, la frustración me invadió, no podía perderla de nuevo, no podía esperarla una semana mas, no podía esperarla un mes, no podía esperarla la eternidad… Es mas, quizá no importara lo que esperara, quizá no la volvería a ver.
No lo soporté más y corrí contra la lluvia, hacia casa de Luz, avanzando varias cuadras, saltando charcos, con esa ansia que crecía cada mes más en mí y con un solo objetivo en mi cabeza: encontrarla. (los pies se vuelven piedra)
Las nubes lloraban, empapando la ciudad, contagiándola de su depresiva presencia.
Por fin, llegué junto al farol de alumbrado público, que parecía siempre estar encendido, a una puerta de madera llena de polilla, la casa a la que pertenecía era antigua, con ventanas altas, dos pisos, pared descascarada y techo de tejas. Llegué y toqué, nadie abrió, volví a tocar, ahora más fuerte, la casa parecía vacía. (descendemos)
La lluvia se había convertido en una tormenta, azotándose sobre mí, el farol alumbraba las incontables gotas heladas, me desesperé, fui a buscar alguien que me pudiera informar. Frente al lugar había una cortina metálica cerrada, junto, una casa, de un color que ni la noche ni la tromba me dejaban ver, tenía un solo piso, y una pequeña ventana con rejas parecía el único adorno, golpeé la puerta, pasó un minuto, mi cuerpo recibía directamente la fría lluvia, volví a tocar, -¿Quién?- preguntó una voz tras la puerta, el agua seguía cayendo fuertemente, -quisiera saber algo- exclamé, luchando porque mi voz (que se empezaba a enronquecer) venciera el ruido de la lluvia, -¿Quién es?, asómate a la ventana- insistió la voz, hice lo que me decía, un hombre como de cuarenta años me miraba asombrado, luego desapareció de la ventana, la puerta se abrió, la tormenta invadió el hogar, -pasa- ordenó la voz, entré, luego cerré la puerta, desterrando la tempestad. (los cabellos se aferran a la altura) El hombre era calvo y delgado, me observaba extrañado, yo estaba empapado, -espera aquí- dijo, esperé, regresó con una toalla blanca, me la extendió, casi se la arrebaté y me empecé a secar, -¿Qué sucede?- cuestionó, -quisiera saber quien vive en la casa antigua junto al farol- contesté, él me miró, -¿Por qué lo quieres saber?- su cara formaba una mueca incierta, esto me hizo dudar, varias ideas invadieron mi cabeza: ¿Acaso él odiaba a Luz y quería alejar de ella todo intento de felicidad?, ¿o era posible que también viviera enamorado de ella?, ¿o que Luz tuviera tantos pretendientes que él le hacía un favor despistando algunos?, ¿o que fuera algún celoso pariente esperando obligarme a jurar no volver a buscarla?. Lo observé, intentando manipular su razón, buscando obtener la respuesta que esperaba: “una preciosidad llamada Luz”, mi técnica parecía funcionar, -solo quiero saberlo- exclamé, sus labios se separaron, -dicen que vive una anciana, llevo veinte años viviendo aquí y nunca he visto a nadie entrar o salir - dijo, parecía sincero, afuera la tormenta había diminuido su intensidad, -gracias- contesté sin creerle, le devolví la toalla y salí del lugar, la lluvia volvió a golpear mi cuerpo, cerré la puerta y miré a la casa de Luz, seguía impávida. Crucé la calle hacia casa de ella, no podía ser cierto lo que el hombre me había dicho, quizá alguna de mis teorías sobre él era correcta, llegué y toqué, esperé, la puerta seguía igual, me enojé, toqué mas fuerte: nadie, pensé en regresar al café, quizá encontraría alguna respuesta. (el cuerpo se llena de plomo)
Salí rumbo al Café sin nombre, en busca de Luz, mi chamarra estaba tan húmeda que se me había pegado al cuerpo, corrí tropezando con los charcos que antes había esquivado, temiendo encontrar cerrado el café, temiendo encontrar vacío el local, temiendo no encontrar el lugar. (se pierde toda ligereza)
Llegué, el Café sin nombre estaba abierto, la tensión me abandonó, mi cuerpo temblaba de frío, pero algo me consolaba, por fin tendría respuesta, por fin sabría donde estaba Luz, ingresé, al fondo del lugar estaba un pequeño escenario, el grupo de Jazz tocaba, era un sitio bastante cálido, mi cuerpo se relajó. Casi todas las mesas estaban ocupadas, busqué a Luz, no estaba por ningún lado, -alguien la debe conocer- pensé, me senté en el primer lugar desocupado que encontré, el agua escurría de mí, mojando la silla y la mesa que ocupaba, poco a poco empezaba a calentarme, un mesero se acercó, me miró; -¿conoces a Luz?, antes solía venir seguido- pregunté, negó con la cabeza, -¿desea una toalla?- dijo, asentí frotando mis heladas manos, observé los demás lugares, buscando algo que me guiara a Luz, había parejas, grupos de amigos, y del otro lado del café: una joven sola, era morena y delgada, iba con un vestido rojo y le daba sorbos a un capuchino, el color del vestido me recordó el hambre que empezaba a atacarme, me pregunté si conocería a Luz, o tal vez, si acaso ella era Luz, estaba tan necesitado de encontrarla que todo me parecía confuso; iba a acercarme a ella cuando el mesero llegó a mí, me dio una pequeña toalla azul (probablemente robada del baño) agradecí, -¿algo de tomar?- preguntó, -por ahora no- exclamé, me sequé la cabeza, y miré al conjunto de Jazz (mientras se alejaba el mesero), un gordo cara de amargado tocaba con esfuerzo el saxofón, un pequeño hombre de bigote lo seguía en el bajo eléctrico, un canoso cachetón los acompañaba con la batería, una guitarra era tocada por un negro muy alto y la otra por un delgado extranjero, los miré, pero no me eran conocidos; me acerqué a la mesa donde estaba la joven de rojo, cruzando el café, llegué a su lado y me senté, (la tierra nos reclama) -hola- saludé, volteó a verme, era hermosa: tenía ojos negros y nariz chica, pero no se parecía nada a Luz; aunque quizá sí fuera ella, o tal vez supiera algo, -hola- contestó, la música era dulce, tanto que alentaba mi desesperación, me urgía saber algo de mi amada, -¿tu no eres Luz?- dije, -no- contestó tranquilamente, eso me exasperó, -bueno, pero ¿conoces a Luz?- cuestioné, ella me miró extrañada, -¿Cual Luz?- preguntó, -Luz, Luz, Luz, la única Luz, piel de mármol, ojos de hielo, cabellos de trigo, belleza espectral- exclamé, -no- dijo convencida, comenzaba a irritarme la calma con que se dirigía a mí, la atención del café estaba en el escenario, sobre el grupo que irradiaba calor en esa lluviosa noche fría, apreté mis puños, luego miré a la mesa de enfrente, una pareja se besaba, él parecía varios años mayor que ella, me levanté de donde estaba acercándome a ellos, les repetí la pregunta que le había hecho a la joven: -¿conocen a Luz?- y la respuesta fue la misma –No-, recorrí durante cuatro canciones, las veinte mesas ocupadas del café, preguntándoles a sus ocupantes si conocían a Luz, pero siempre recibía la misma negación, el mesero llegó a la última mesa ocupada, donde me encontraba preguntando, -por favor, siéntese en una mesa desocupada- me pidió, accedí a su petición, la ansiedad se transpiraba en mí, pero una sola idea evitaba que perdiera el control: quizá si esperaba lo suficiente llegaría Luz, quizá no había podido llegar puntual, quizá nunca era puntual al llegar a ese café sin nombre, a ese café perdido en sus recuerdos. (la sonrisa desaparece)
Pedí un té rojo sin azúcar, el grupo había comenzado a tocar una nueva canción, era bastante bailable, me impacienté, dirigí mi mirada a la puerta, afuera la llovizna se mantenía, -quizá llegue ahora que no hay tanta agua - pensé, busqué en mi bolsa y saqué la cajetilla, estaba empapada, intenté extraer el último cigarro que quedaba, se deshizo entre mis dedos, el tabaco que contenía se volvió azul, me sorprendí, miré la cajetilla, esa marca tenía años fuera del mercado, no recordaba la fecha en que vi la última, me turbé, ¿Qué podía significar eso?, el mesero se acercó, traía mi té, le pedí un cigarro, extrajo de su bolsillo una cajetilla de la marca mas común que hay, abrió el paquete y me extendió los blancos cilindros, tomé uno, mi mano temblaba, lo acerqué a mi boca, al ver esto, el mesero sacó un encendedor y encendió mi cigarrillo, aspiré, el humo me ahogó, no era como el de los que me había dado Luz, escupí el cigarro (casi encima del incrédulo mesero), una sensación de asco me invadió, le mostré la caja que se comenzaba a despedazar en mi mano, -¿no tienes de éstos?- pregunté con esfuerzo, -nunca los había visto- contestó sorprendido, me levanté rápidamente y salí corriendo del café, con dirección a casa de Luz, olvidando todo lo demás, (es la venganza de la gravedad ) la llovizna había recobrado casi la misma fuerza que tenía cuando yo había llegado al lugar, el mesero salió tras de mí, no había pagado el té; corrí dos cuadras con él detrás, me enojó que me persiguieran tanta distancia, volteé y lo enfrenté, se arrojó sobre mí, respondí con un empujón que lo hizo retroceder, tambaleándose, se preparó para un segundo ataque, pero me lancé sobre su cuello, sin darle tiempo lo mordí, hasta sentir como su cuerpo dejaba de luchar… (la mente anticipa el dolor)
Regresé a casa de Luz, toqué fuertemente, mi desesperación por verla era tanta que comencé a patear la puerta, las maderas que formaban la portezuela empezaron a fracturarse, seguí pateando, fuera de mí, cuando una voz del otro lado de la puerta preguntó -¿Qué desea?-, me dejó paralizado, -quiero ver a Luz- expresé calmándome despacio, seguía sintiendo las gotas sobre mi cuerpo; por fin se abrió la barrera que me separaba de mi amada, me emocioné, esperaba encontrar a Luz destruyendo el tiempo que se empeñaba en distanciarnos, pero apareció una anciana en su lugar, parecía más vieja que la casa, con el pelo excesivamente blanco, grandes lentes cuadrados, cara arrugada, vestido del siglo anterior y un bastón con incrustaciones de oro, -¿a quien busca?- cuestionó lentamente con voz cansada, -a Luz- exclamé, -aquí solo vive Alma- contestó ella esforzándose, quizá Luz no era el verdadero nombre de mi amada, -bueno, quiero ver a Alma- dije, -Soy yo- contestó despacio la vieja, la lluvia me pareció mas helada, me quedé callado, pensando que hacer, que decir, después todo me pareció una grotesca broma, -enserio señora, quisiera ver a Luz-, -se equivocó de casa - fue su lenta respuesta, la ira me invadió, entré empujando a la vieja, corrí por el sucio pasillo de rotas baldosas, entre las que crecía algo de hierva; corrí hasta el fondo, hacia esa horrible sala de polvosos muebles donde había estado con Luz, había goteras por todos lados, las paredes estaban cuarteadas, llevaban años sin uso, la madera de los sillones: podrida; me sorprendí de que la noche anterior yo hubiera estado en ese lugar; la casa estaba abandonada… (el suelo se acerca velozmente) no podía ser cierto, era una broma, sí, una broma de Luz, que me estaría esperando en alguna habitación, recorrí los cuartos, esperando que esa macabra sensación me abandonara, pero no encontré nada que no fueran objetos deshechos por el tiempo, subí las escaleras, arriba faltaban pedazos de piso, como pude avancé, la madera crujía cediendo a mi peso, no pude seguir adelante, tuve que regresar, pensé en interrogar a la vieja Alma, pero no la encontré por ningún lado, la puerta estaba abierta, tal como yo la había dejado, salí a prisa de ese horrible lugar, afuera ya no llovía. (las rocas (del piso) se afilan, se extienden para capturarnos…)
Ese fue el tercer encuentro (y quizá el último).
[…Los brazos se cansan, las piernas se encogen, los pies se vuelven piedra, descendemos, los cabellos se aferran a la altura, el cuerpo se llena de plomo, se pierde toda ligereza, la tierra nos reclama, la sonrisa desaparece, es la venganza de la gravedad, la mente anticipa el dolor, el suelo se acerca velozmente, las rocas (del piso) se afilan, se extienden para capturarnos…]
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Se llamaba Clara…
Sucedió en septiembre, el año siguiente a esa lluviosa noche de Junio.
Llevaba un mes sin televisión, se me había descompuesto sin razón aparente; por eso dormía el día entero, escuchaba la radio y salía por las noches para entretenerme.
Desperté, el sol acababa de ocultarse, me levanté de la cama y encendí el viejo aparato de radio, que me tenía aficionado desde hacía poco (ayudándome a llevar éste largo mes): sonó la 3era. Sinfonía en Sol mayor de Shevko, era un crescendo que elevaba mis sentidos; me quedé parado ahí, durante la media hora que duró la pieza, junto al viejo aparato, extasiado. (Los pies hacen contacto)
Escuchar a Shevko me dejó con unas terribles ganas de seguir oyendo música clásica, pero no sabía que hacer para complacerme, la temporada de conciertos acababa de terminar. Estaba pensando donde ir esa noche, cómo satisfacer mis ganas de escuchar esas estupendas melodías, cuando el locutor habló: -tenemos un anuncio para nuestros radioescuchas: esta noche en el gran parque de la ciudad, la orquesta sinfónica dará un concierto- la voz parecía ser de un simpático anciano, -tocarán desde Mozart hasta Stravinsky. Gracias, eso ha sido todo por hoy en su programa “odas al viento”-, la pieza de Brahms (que despidió al programa) mantuvo mis ojos cerrados de placer; después la transmisión se cortó, seguida de sonoros comerciales vacíos, apagué la radio, el anuncio me pareció una extraña coincidencia; pero al final no importaba, debía aprovecharla.
La noche comenzaba a ponerse fresca, me puse un sueter gris (el animo invadía mis pulmones) y salí en dirección al parque, quedaba del otro lado de la ciudad, revisé mis bolsillos, no tenía mucho dinero, pensé en llegar caminando, y emprendí la marcha.
Llegué despreocupado, vestía camisa oscura y pantalón gris, el clima, a pesar de ser frío, comenzaba a agradarme, por eso me había quitado el sueter muchas cuadras antes de vislumbrar el parque. (la onda expande el polvo cercano)
El concierto llevaba media hora de comenzado, la orquesta había logrado atiborrar el sitio, los lugares estaban ocupados, y demasiadas personas se perdían en el prado, escuchando el final de una fuga de Bach.
Frente al quiosco principal se alzaba un anfiteatro, en cuyo centro estaba colocados los músicos; en las gradas (rodeando a la pieza de Tchaikovsky que comenzaba) se podía ver todo tipo de personas: viejos con smokings, esposas en vestidos de noche, pseudo-intelectuales con pelo largo y camisas de manta, estudiantes de música, hombres con gastados trajes cafés, amantes de la música clásica, otras gentes.
Me paseé un tiempo en el parque, con el sueter descansando en mi brazo, caminando despacio entre las veredas, observando como la música movía armónicamente las hojas de los árboles, encontrándome con familias que paseaban calmadamente; de pronto, vi venir sobre el camino a un joven con una camisa de la marca que estaba de moda, lo reconocí, era mi ex amigo-emo, había dejado su look anterior, ahora únicamente vestía ropas caras, solo la argolla en el labio recordaba su antigua actitud; él caminaba de la mano con una hermosa joven morena, de ojos negros y nariz pequeña; me pareció conocida, pero no acordaba bien de donde, su memoria se me perdía en aquella lluviosa noche de junio, se me perdía en un café creado de recuerdos. Doblé en un recodo para evitarlos, no me vieron. (las rodillas resortean)
La sinfonía de Tchaikovsky estaba finalizando, me pareció sorprendente como la orquesta lograba llenar todo el parque de música, caminé varios metros; el entusiasmo asaltó de pronto mis oídos con una composición de Shevko, cerré los ojos, para sentir el aire que se volvía una tormenta de armonías; caminé sin rumbo fijo con los ojos cerrados; casi hasta el final de la pieza, unos violentos ladridos destruyeron mi envolvente tranquilidad, al abrir los ojos me encontré un perro labrador que me mostraba agresivamente los dientes, una niña lo intentaba controlar gritando su nombre y jalándolo de la cadena; fulminé al perro con la mirada, que convirtió instantáneamente su enojo en terror, un chillido escapó de él mientras se alejaba rápidamente, arrastrando a su dueña.
La orquesta empezó con Berlioz, me dirigí hacia el centro del parque, tratando de olvidar lo que acababa de ocurrir; luego de unos minutos, algo estremeció mi ser: allí estaba, a pocos pasos, vestía más oscuro que de costumbre, pero semejaba estar igual: piel de mármol, ojos de hielo, cabellos de trigo, belleza espectral; era Clara.
Una anciana la acompañaba, la examiné cuidadosamente: era Alma, parecía mucho menos vieja de lo que recordaba. (la fuerza del golpe se extingue)
Después de aquella lluviosa noche de Junio, evitaba pasar por la calle de Clara, no sabiendo que creer, hasta que por fin, después de varios meses, me atreví: la casa había sido demolida, un estacionamiento existía en su lugar.
Me acerqué a Clara, preguntándome si era o no real, su pelo parecía maltratado y lleno de canas, traía una blusa negra con cuello de tortuga, -¡Clara!- exclamé su nombre, ella volteó, estaba más delgada, tenía ojeras y su cara parecía gastada, -Hola- me contestó secamente dulce, noté que su felicidad luchaba contra la apatía que la dominaba, Alma me observó, la molestia invadía su cara, Belioz se alargaba, -¿Dónde has estado?- pregunté a Clara, ella intentó responder, pero la vieja lo impidió exclamando: -¡Donde debe estar!-, me sorprendí, no supe a lo que se refería, quise replicar, pero Clara me dijo: -Vete, por favor-, miré sus ojos, se perdían en el horizonte mientras la impotencia se adueñaba de mi razón, apreté mis puños, pero no me moví, Alma tomó del brazo a Clara y se alejaron de mi lado, me quede parado, sin comprender aún lo que había pasado; cuando reaccioné las busqué, pero no estaban por ningún lugar.
Caminé hasta una orilla del parque, Berlioz había terminado, la tempesta nel mare de Vivaldi comenzaba, me senté en una banca metálica, a poner en orden mis pensamientos.
Llevaba una hora sentado, la orquesta estaba a punto de acabar su presentación, estaba más que decidido en buscar a Clara, no me era posible volver a perderla, aunque no fuera la misma Clara que conocía, ésta parecía muchos años más vieja.
De la nada, Clara se acercó a donde me encontraba, parecía que había escuchado mis invocaciones mentales, -¿Qué haces?- preguntó tranquilamente, me sorprendí: primero de verla, después de que me hablara como si nada hubiera pasado. (se canaliza, se vuelve impulso)
-na nada- tartamudeé, luego tomando valor pregunté -¿Dónde has estado?-, ella me miró, dudó mucho en contestar, sus ojos parecían vacíos, parecía que no me contestarían, pero al final lo dijo: -Internada en una clínica mental-, -¿Qué?- pregunté sin creerlo -¿Porqué?- , -Sí, pero no te preocupes, ya estoy mejor- contestó, -¿por qué?- volví a preguntar, ella evitaba mis preguntas con sus respuestas -bueno, tengo que tomar varias medicinas, para controlarme un poco, pero ya estoy (casi) bien-, -¿quién te internó?, ¿Porqué?- repetí la pregunta, primero desaparecía más de un año, y ahora volvía para decirme que había estado en una clínica y que además debía tomar medicamentos; se me hacía totalmente irreal.
Me miró, parecía más vieja de lo que recordaba, -me internó Alma, no quería que le robara más juventud-, me quedé helado, sin saber el significado de esas palabras.
A nosotros llegaron unos gritos -¡Clara!, ¿Dónde estás Clara?-, ella se sorprendió, -es Alma- dijo -¡Vámonos!-, me extendió la mano, para que la tomara, para que ingresara a su mundo; me pareció que la cordura abandonaba a Clara, aún más de lo que yo creía.
-¡Vámonos!- repitió, parecía que la desesperación se adueñaba de ella, su mano seguía ahí, en el aire, extendiéndose a mí (una flor de la mano al corazón).
Dudé unos segundos (que se me hicieron infinitos) el huir con Clara; al final la quería tener a mi lado por la eternidad, pero su juicio parecía extraviado en la profundidad de sus cálidos ojos de hielo. (Los cabellos tocan hombros)
-¡Clara ven para acá!- Exclamó Alma, estaba a varios metros de nosotros, y se acercaba rápidamente, más de lo que su edad le hubiera permitido. Cuando Clara vio a la anciana, que se hacía más joven a cada instante, se puso nerviosa, mientras le brotaban arrugas bajo los ojos, -¿Vienes conmigo?- me dijo rápidamente, lista para correr tan rápido como la vejez que la atacaba le permitiera.
No contesté, me quedé sentado en la banca, viendo como Clara escapaba, más vieja a cada paso, con cada vez mayor esfuerzo. Alma se acercaba, más y más joven a cada instante, cuando pasó a mi lado se detuvo, la miré, era idéntica a Clara: piel de mármol, ojos de hielo, cabellos de trigo, belleza jovial, grandes lentes cuadrados, vestido del siglo anterior y un bastón con incrustaciones de oro, -¡Aléjate de mi hermana!- me gritó, una imagen atacó mi mente, la imagen de una novela corta que había leído, en que el protagonista se enamoraba de una joven, que resultaba ser el aura de una vieja. (los ojos se alzan al cielo)
No podía ser real, Alma se quitó los lentes y corrió ágilmente hasta la anciana, de vestido negro con cuello de tortuga, que luchaba por avanzar pocos metros adelante; cuando la alcanzó le dijo: -Ahora me toca a mí ser joven-. Me levanté rápidamente de la banca, acercándome a ellas, todo era tan irreal como mi propia existencia.
Alma me miró, era preciosamente idéntica a la joven Clara que yo había conocido, miré a la vieja Clara, sus ojos buscaban explotar en llanto, aborreciéndome por no haber escapado a tiempo, un impulso se apropió de mi razón, corrí hacia las hermanas, abracé a Clara sin detenerme, con esfuerzo la alcé y huí llevándola en mis brazos, entre más nos alejábamos recuperaba más juventud, Alma reaccionó cuando estábamos a algunos metros de ella, y nos siguió rápidamente, pero era inevitable, con cada paso que daba regresaba su vejez.
Me detuve hasta estar lejos del parque, esforzándome por no dejar caer a Clara, que sin darme cuenta, se había vuelto joven de nuevo, ella me miró agradecida, no soporté las ganas y la besé, me correspondió. (las piernas empujan más alto.)
Caminamos algunas horas, se hacía tarde, -¿Dónde irás ahora?- pregunté, -No sé, no quiero volver con Alma- contestó, -ven conmigo, a mi departamento- la invité, aceptó instantáneamente.
Nos acercamos al edificio donde se encontraba mi apartamento, -¿Qué hacemos aquí?- preguntó Clara asustada, -Aquí vivo- contesté con normalidad, -pero, pero aquí estuve internada- exclamó llena de terror, -¿Qué?- pregunté, entonces me di cuenta, estaba totalmente loca, -¿Porqué me traes aquí?- me gritó, -no te preocupes, es mi edificio, mira, mi apartamento está en el tercer piso, vamos, dentro te tranquilizarás- dije tomándole la mano, ella alejó su mano, luego se tranquilizó un poco, quizá pensó que su realidad estaba distorsionada, -necesito mi medicina- exclamó turbada, la abracé, -vamos, entremos- dije mientras nos acercábamos a la puerta, el portero abrió, estaba vestido de blanco, nos extendió un chaleco de plástico, del mismo color de su uniforme, Clara estaba serena, parecía no importarle nada, el portero y sus ayudantes nos pusieron los chalecos, amarrándolos por la parte de atrás, luego nos llevaron a nuestras habitaciones, separándonos, como sucedía cada noche en ese lugar, durante la eternidad.
El día me parecía durar meses, me parecía durar Marzo, Junio, Septiembre; me parecía durar años.
Ya no importaba Clara, esa noche nos olvidaríamos para siempre.
Al día siguiente, durante el receso, volvería a conocer a Sol, a Blanca, a Luz, a Clara… o como quiera que se llamara… y todo comenzaría de nuevo. (Otro salto.)
[… Los pies hacen contacto, la onda expande el polvo cercano, las rodillas resortean, la fuerza del golpe se extingue, se canaliza, se vuelve impulso. Los cabellos tocan hombros, los ojos se alzan al cielo, las piernas empujan más alto.
Otro salto.]
FIN.
Jorge R. Negroe Alvarez. Julio-Agosto del 2006
2 comentarios:
Guau muchacho!
Qué chidísimo cuento! No paré hasta terminar de leerlo, me atrapó.
Sin comentarios...bueno si...Wow!, está chidísimo!, no manches que bueno está el cuneto éste!...sale bye!
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