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(ver llover/ ver llorar)
Afuera llueve,
y a ella le gusta
ver llover...
El cielo
llora
sobre la ciudad.
Y en la calle
veinte
habita ella,
entre casas
viejas
de puertas
polvosas,
chapas oxidadas,
y recuerdos perdidos.
Ahí,
en el
ciento doce
de balcones
altos
y portones
grandes,
habita ella.
Afuera llueve,
y las gotas
gordas,
frias,
se estrellan
en los incautos,
se estrellan
con los coches,
en el suelo,
con ventanas,
en el alma.
Rios nacen
en las calles,
limpiándolas
de hombres,
de sentimientos,
y demás
acontecimientos.
Afuera llueve,
y ella:
sola, entre
el polvo
sola, bajo
el candelabro
sola, frente a
los cuadros
(de parientes
que nunca conocio)
sola, y
arrugada
sola,
sin juventud
sola,
abandonada.
Afuera llueve,
ella se asoma
al balcón,
mira
sus macetas
espera ver flores:
azucenas
que nunca regó,
solo observa
tallos
podridos
tierra
descompuesta,
y a sus ojos
en esa mezcla
florecen girasoles
de anhelos
perdidos,
de suspiros
desaparecidos.
Afuera llueve,
y cuando llueve
se mira las manos
sin arrugas
se mira el cabello
negro
de nuevo
y mira la calle:
la lluvia mojando
caras conocidas,
personas antiguas,
autos atrasados,
sombreros, paraguas
y vientos de antaño
(memorias de
una era fallecida).
Ella observa,
se alegra,
recuerda,
se olvida.
Se olvida
del polvo,
los reumas,
los años,
la lluvia
devuelve,
su juventud
desvanecida.
Cuando
afuera no llueve,
en los dias cálidos,
de sol brillante
y calles secas
ella se asoma
al balcón,
en el ciento doce
de la calle veinte
para llorar,
anhelando
la lluvia,
anhelando
los sueños,
anhelando
otros tiempos.
Cuando llora,
en sus ojos
llueve
y todo regresa
y todo comienza.
Por eso,
a ella le gusta
ver llorar...
Jorge R. Negroe Alvarez